Hace un par de días hablamos de las buenas relaciones que establecieron, en el año 1291 y en Monteagudo de la Vicarías, los reyes Sancho IV de Castilla y Jaime II de Aragón, y cómo una forma habitual de ratificar esas buenas relaciones era la de unir ambas familias por la vía matrimonial. En este caso y ante la falta de otras candidatas adecuadas, al rey Sacho se le ocurrió casar a su hija Isabel, una niña de nueve años, con el rey de Aragón que ya tenía 30.
¿Y
para qué esperar más? Los contrayentes, sus familias e invitados se encontraban
en Soria, y en esta jornada de 1291, en la hoy concatedral de San Pedro, se
celebró la boda.
No
sabemos lo que duraron los festejos de boda, tornaboda y reboda, pero consta
que al menos durante nueve días estuvieron en Soria las dos cortes reales,
probablemente disfrutando de justas y banquetes, hasta que el día 10 el
aragonés regresó a su reino acompañado de su regios suegros y de su esposa que,
hasta que alcanzara la edad núbil, residiría en Calatayud, lo que viene a
significar que con nueve años el marido no la podría tocar pero con catorce o
quince ya sí, que a esa edad ya era toda una mujer.
Aquel
derroche de comida y de buenas intenciones duró hasta que el rey Sancho IV
murió cuatro años después y Jaime quiso aprovechar el vacío de poder para
hacerse con algunos territorios castellano que ansiaba, por lo que rechazó a su
esposa Isabel, al parecer poco antes de que el papa disolviera el matrimonio en
base a su cercano parentesco.
Hoy
aquel matrimonio sería imposible por muchas razones pero esa forma de entender
las alianzas, como si fuera un negocio en el que la mercancía casi siempre es
la mujer, ha sido relativamente habitual hasta hace no tantos años.
Concatedral de San Pedro. Imagen fechada hacia 1972 por E. Casselman, colección particular. |
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