Tal día como hoy de 1580 falleció Diego Martínez de Tardesillas, un rico sacerdote del que hablamos hace unos días en su faceta de donante y fundador del hospital de Santiago, una más de las filantrópicas actuaciones de este clérigo que poseía una gran fortuna.
No
conocemos muchos detalles de su vida pero sí los suficientes para saber que
pertenecía a una familia pechera del Común de vecinos y que se dedicó con éxito
a los negocios, probablemente antes de desarrollar su vocación religiosa
sacerdotal que acabó convirtiéndole en cura párroco de la parroquia de
Santiago, una iglesia soriana desaparecida que se encontraba junto a la iglesia
del Espino y de la fue su último responsable antes de que desapareciese, pero
parece que en eso nada tuvo que ver nuestro protagonista.
Condicionado
por sus creencias religiosas se dedicó a realizar obras de caridad y
misericordia como la fundación de una casa en la calle Doctrina para la
formación moral de huérfanos y expósitos, o el del ya citado hospital de
Santiago para pobres, pero pese a sus donaciones sociales no quiso olvidar a
sus herederos a quienes quiso dejarle algo más valioso que dinero, les dejó
poder.
Unos
años antes nuestro protagonista hizo un ofrecimiento muy particular al Común de
vecinos pecheros de Soria: si los pecheros renunciaban a nombrar de entre ellos
a su máximo representante, el procurador del Común, y permitían que ese oficio
recayese siempre en un pariente suyo, a cambio el párroco cedería al Común una
serie de censos que les proporcionarían una renta anual de unos quinientos ducados
con los que pagar un impuesto real que gravaba sólo a los de su clase. La
asamblea del Común aceptó los términos de la propuesta, en 1579, y parece que
con gran alegría pues decidieron colocar un retrato del sacerdote en sus salas
de juntas.
Sin
embargo nos da la sensación de que esta alegría no duró mucho pues en 1624 los
vecinos pecheros del Común manifestaron su desacuerdo con los términos de
aquella propuesta y presentaron al rey un informe en el que denunciaban las
negativas consecuencias que para este estamento había conllevado la limitación
de su derecho a poder elegir libremente a su procurador. Argumentaban que los
procuradores de esa familia eran a menudo personas de poca hacienda e
inteligencia, que no habían sabido defender con eficacia los intereses del
Común en las reuniones del Ayuntamiento, y que las hipotéticas ventajas
económicas del trato eran más bien al contrario pues sumían a toda la ciudad en
la miseria.
Es
posible que quienes inspiraron este memorial fuesen pecheros de elevada posición
socioeconómica que no soportaban verse apartados del ahora apetecible oficio
por una familia en particular, pero el caso es que los parientes del cura no
aceptaron romper el trato y durante muchos años siguieron desempeñando el
oficio, a veces con tan mala gana que, en 1725, tuvo que intervenir el
Ayuntamiento para que no desapareciese el Común ni las cuadrillas.
En
cuanto a las razones de esa extraña donación poco sabemos pero mucho suponemos.
En aquella época el cargo de Procurador del Común no es que fuese despreciable
pero era un oficio de escaso interés político y poco prestigio social. En
principio parece que lo que movió a Diego a hacer esa propuesta fue una mezcla
de altruismo, soberbia personal y orgullo familiar. Parece cierto que el único
pago que esperaba es que unos y otros le recordasen con añoranza y misas en su
memoria, y algo de eso obtuvo pues cuatrocientos años después, aún seguimos
hablando de él.
Arco del paseo de Santiago camino del Castillo, que se dice perteneció a la iglesia del mismo nombre. Colección particular. |
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