El año 1922 fue catastrófico en cuanto a
incendios en Soria. El fuego destruyó las oficinas de Hacienda, ubicadas en el
viejo palacio de los Miranda, hoy colegio Sagrado Corazón. Pero más devastador
fue la explosión y posterior incendio de la ferretería de Claudio Alcalde,
entre la plaza de Herradores y Mariano Granados, que se cobró varias víctimas,
heridos y muchas familias damnificadas por el fuego que se extendió a los
edificios colindantes, sin que apenas se pudiera extinguir, hasta que desde
Guadalajara llegó un contingente de ciento veinte soldados ingenieros que con
modernas bombas de agua, que funcionaban con gasolina, lograron extinguir el
incendio.
A partir de ese momento los sorianos, en
general, y la prensa local, en particular, fueron muy críticos con el
Ayuntamiento de Soria y sus escasos recursos humanos y materiales para hacer
frente a estas contingencias. Nuestras autoridades decidieron de inmediato
adquirir nuevos equipos y material de extinción, pero también comenzaron a
trabajar en un nuevo reglamento que organizase el servicio, los recursos
materiales y humanos. Este reglamento, con alguna adición posterior, quedó
aprobado el 12 de marzo de 1923.
La
tradición oral recuerda que, hasta entonces, los bomberos de Soria no estaban
de servicio permanente, ejerciendo tareas propias de peones de obras y
servicios de la corporación, cuando no extinguían fuegos, y que ante una
alarma, generalmente un toque de campana o un aviso verbal en sus propios
domicilios que, eso sí, contaban con una placa identificativa, dejaban lo que
estaban haciendo para acudir a recoger el carro de mano con el material
antiincendios que tenían en los almacenes de la calle Pósito, y, con más buena
voluntad que recursos, trataban de atajar los incendios.
Antiguo carro de material de extinción empleado por los bomberos de Soria a principios del siglo XX conocido desde siempre como «el carrito de los chinos». Autor Alberto Arribas. |
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