En la actualidad y para la mayor parte de los sorianos, el monte es prácticamente sinónimo de campo y de diversión, un lugar destinado al ocio que pertenece a todos -aunque haya muchos privados- por donde paseamos, hacemos deporte o cogemos setas, y ser su dueño comunal o aprovecharse de sus recursos está tan asumido que muchos todavía rehúsan sacarse la licencia para coger setas. Sin embargo en la antigüedad un monte, baldío o el territorio de un despoblado, eran una fuente de recursos fundamental para la sociedad pues permitía los aprovechamientos de caza y pesca, ofrecía pastos, leña, frutos silvestres, madera y piedra para la construcción. Ocio probablemente fuera lo único que no les daba, pero ser dueño o aprovechar sus recursos era algo reservado a un puñado de señores o a sus súbditos bajo condiciones, y a algunos afortunados que vivían en poblaciones de realengo o con montes de su entera propiedad, algo que no era muy frecuente pero que ocurrió el 21 de septiembre de 1739 cuando algunos montes de realengo, propiedad del rey y tradicionalmente aprovechados por los habitantes de la jurisdicción, fueron comprados a la Corona por 130.00 reales y pasaron a pleno dominio y posesión de Soria y su Tierra.
El matiz de “Soria y su Tierra”
es fundamental pues bajo el punto de vista actual con una organización
territorial en municipios, comarcas o provincias gestionadas por una diputación,
cuesta un poco entender el concepto de “Comunidad de Villa y Tierra” que,
grosso modo, podríamos entender como una antigua división administrativa
comarcal en la que una población adquiría el cariz de lugar principal y a cuyo
alrededor había otras poblaciones que administrativamente dependían de la
principal en lo político, social y a veces hasta en lo religioso (recordemos
las causas del Censo de la Tierra de Soria de 1270).
Bajo esta organización de Villa
y Tierra que después evolucionó a la Universidad de la Tierra, les fueron
concedidos esos montes a los sorianos de 1739 que vivían en la ciudad o en
algunos de los pueblos de la Universidad de forma que, por ejemplo, un vecino
de Omeñaca tenía el mismo derecho al beneficio de Pinar Grande que un vecino de
Herreros, sin que la cercanía al monte supusiera teóricamente un derecho mayor
al disfrute de sus beneficios generales, aunque en la práctica seguro que
ningún vecino de Omeñaca iría allí a buscar leña.
El problema surgió en 1837
cuando al desaparecer
las tradicionales figuras administrativas de gobierno como los Linajes, el
Común, las comunidades de Villa y Tierra, y sus sucesoras, las Universidades de
la Tierra, se creó una complicada situación por la propiedad de los montes que
habían estado sujetos al aprovechamiento común entre el Ayuntamiento de Soria, que se consideraba
legítimo propietario de los montes comunales y beneficiario de sus aprovechamientos,
pues asi había sido desde siempre, y los concejos de las aldeas de la antigua
Universidad que entendían que una parte les correspondía también a cada uno.
Finalmente y tras una serie de
litigios, disputas y enfrentamientos, los ayuntamientos afectados por haber
pertenecido a la antigua Universidad de la Tierra decidieron en 1898 unirse en
una organización denominada Mancomunidad de los 150 pueblos que no puso fin a
las disputas, lo que ocurriría unos años después, en 1921, con una sentencia ratificada
después por el Tribunal Supremo que determinó la propiedad del monte en manos
del Ayuntamiento de Soria y de la mancomunidad de los 150 pueblos.
Aquellos
enfrentamientos quedaron hace mucho tiempo superados y en la actualidad, el
patrimonio territorial de la Mancomunidad y el Ayuntamiento de Soria lo
constituyen 13 montes de utilidad pública con una superficie total de 29.071
hectáreas, pero nunca debemos olvidar que para que hoy nosotros nos demos un
bucólico paseo, nuestros antepasados tuvieron que defender sus derechos incluso
por la fuerza.
Casa de la Tierra en la calle Teatro c. 1930, atribuida a Tiburcio Crespo Palomar, JCYL AHPSo 276, colección archivo Carrascosa. |
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