El 1 de agosto de 1932, siendo presidente del Consejo de Ministros el escritor, periodista, político y futuro residente de la IIª República española don Manuel Azaña Díaz realizó una visita privada a Soria que podría calificarse como de carácter turística y le causó una serie de sensaciones que recogió en sus diarios, y que bien pueden servirnos hoy para entender la impresión de algunos destacados puntos sobre la provincia a un visitante, hace casi noventa años.
El primer lugar que
conoció fue Medinaceli donde, sería por llegar a la hora de la siesta, nos ofrece
una sensación un tanto desolada y desértica: «Una vieja en la puerta del
convento de monjas, unos gañanes durmiendo la siesta al pie de un árbol, en las
afueras, y una niña llorando, en el pórtico de la iglesia, fue toda la gente
que encontramos. Al entrar en la iglesia, el visillo de un balcón en la casa
frontera se levantó un poco. Eso fue todo. No queda apenas nadie en el pueblo.
Una antigua casa en la plaza principal se ha vendido hace poco en trescientas
pesetas. No hay agua».
De allí marchó hasta
Soria donde fue recibido solícitamente por el gobernador civil del que destaca
que es «Mestre en gay saber», y que le llevó a visitar «todo lo visitable»,
incluyendo un campo de aviación (probablemente el de Los Negredos en Garray) al
que el gobernador dio más importancia que a cualquier otra cosa, pero en el que
Azaña, resignado, no vio más que el terreno que «tuve que verlo y admirarlo».
Después fue
conducido a Numancia que «me chasqueó un poco», probablemente decepcionado por
no ver más que ruinas, si bien destaca la belleza del paisaje triste, frío y
dorado donde «La épica Castilla está aquí muy en los huesos», y ofrece algún
comentario sobre el estado de abandono y el carácter soriano que resultan
ciertamente exagerados: «Hay algún pueblo de esta provincia en el que ya no
queda más que un vecino, muy viejo, que por viejo prefiere morirse solo en el
pueblo donde nació. Me cuentan que hay docenas de aldeas en las que aún no se
conoce la rueda. El erudito local, encargado del museo, [probablemente se
refería a Blas Taracena] me entretiene largamente con el resultado de sus
exploraciones en el país».
De su visita a San
Juan de Duero recuerda, más que cualquier cualidad artística, la presencia en
la puerta de «…un mendigo fabuloso. Nos miró, no se movió, le alargué una
limosna, no la recogió ¿Qué tenía? ¿Vino, hambre, sueño? Allí se quedó,
rascándose la pelambre rubia entrecana. Me lo habría traído a Madrid para que
me contase su vida; de seguro es más interesante que al de cualquiera de
nosotros». De allí, aquella misma tarde, marchó a Burgos.
Extraído de los Diarios de Manuel Azaña (Diarios completos.
Monarquía, República, Guerra Civil, edición 2000 con introducción de Santos
Juliá).
Retrato al óleo de Manuel Azaña por Enrique Segura en la exposición “Manuel Azaña y la Segunda República” celebrada en el palacio de la Audiencia de Soria en marzo de 2013. |
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