Benedicto XIII, el papa Luna, trató de granjearse el favor de su protegido el obispo de Osma, Alfonso Carrillo de Albornoz, y estando en Peñíscola, el 31 de julio 1413, confirmó la fundación que había hecho el Cardenal Frías y sus donaciones, al monasterio de jerónimos de Espeja.
La somera
cita no es que sirva para dar a conocer una gran efeméride pero nos da pie para
comentar el glorioso pasado de un importante monasterio prácticamente saqueado,
el de Espeja de San Marcelino, que es como se le ha llamado siempre aunque esté
más cerca de Guijosa.
En 1402 y
en el entorno de una ermita anterior en la que vivían algunos ermitaños, el
cardenal y obispo de Osma don Pedro Fernández de Frías (1379-1410), construyó un monasterio de frailes que fue cedido a
la orden de los jerónimos aunque vivió su época de esplendor en el siglo XVI
cuando el monasterio quedó bajo la protección de la familia de los Avellaneda
que establecieron en la mayor y en una colateral, su capilla funeraria familiar
a la que dotaron de suntuosos mausoleos obra de los escultores Felipe de
Bigarny y Felipe de Borgoña que hoy se exponen en el Museo de Escultura de
Valladolid, y que probablemente fueron los más lujosos sepulcros de la
provincia, un simple apunte para intentar comprender lo excepcional de aquella
instalación enriquecida con destacadas piezas artísticas (se habla de lienzos
de El Greco y piezas de orfebrería fastuosas), riquezas y favores, por esta
familia que dispuso de un palacio anexo al presbiterio de la iglesia.
Las
investigaciones realizadas, tampoco tantas, nos lo describen como un gran
monasterio dotado de iglesia monumental, un claustro de estilo herreriano para
los monjes, otro para la hospedería y aún hay quien apunta otro más, amén de
sus instalaciones monacales imprescindibles como cilla, celdas, refectorio,
biblioteca, huerta, una farmacia que abastecía de boticas a los habitantes de
la comarca…
El
comienzo del fin comenzó con la invasión francesa de 1808, momento en el que
los gabachos aprovecharon para llevarse muchas riquezas que empobrecieron el
monasterio y expulsaron a los monjes, con lo que el saqueo debió ser ya
generalizado, y cuando se acabaron las joyas, siguieron saqueando los muebles,
las puertas, las tejas.... En 1820 el cabildo de la catedral de El Burgo de
Osma quiso recuperar las piezas robadas y, aunque con algunas lo consiguió,
todo estaba ya muy disperso, saqueado o mal vendido. El problema se reagudizó
con la desamortización de Mendizábal de 1836 y, en poco tiempo, aquel lujoso
monasterio que había sido la envidia de la comarca, desapareció. La iglesia,
con sus dos órganos y los fastuosos sepulcros de los Avellaneda, subsistió algún
tiempo pero dicen que fue dinamitada al final de la Guerra Civil para impedir
que los frailes jerónimos pudieran regresar.
Hoy apenas queda en pie una parte de la
pared del lado de poniente correspondiente al coro y, salvo aquella ruina y los
sepulcros que fueron recuperados y trasladados a Valladolid en 1932, nada más
queda de aquel magnífico monasterio.
Capilla mayor con retablo de traza atribuida a Giovanni Battista Crescenzi c. 1932. Imagen JCYL AHPSo 1137, archivo Carrascosa, atribuible a Tiburcio palomar Crespo. |
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