domingo, 2 de agosto de 2020

02/08/1572: La elitista cofradía de Nobles Caballeros de Santiago.


Desde al menos hacía cuarenta años, probablemente desde mucho antes, y al igual que los vecinos del Común celebraban la fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, los hidalgos de la Diputación de los Doce Linajes de Soria ya celebraban una festividad exclusiva para su estado en la jornada de Santiago apóstol con la tradicional corrida de toros y actos religiosos celebrados en el monasterio de Nuestra Señora de Gracia, aunque estos últimos había ido decayendo hasta desaparecer, convirtiendo la jornada en un fiesta de los hidalgos, sin ningún carácter religioso.

         Aunque ya existía una cofradía de hidalgos -la de Santa Catalina-, en 1572 un reducido grupo de esos caballeros decidió constituir otra cofradía de nobles caballeros hidalgos sorianos que, bajo la advocación de Santiago, sería de acceso más restringido y dedicada a promover la formación de un grupo selecto de caballeros para que, a través de una serie de actividades físicas y ejercicios militares, pudiera estar siempre listo y preparado para servir al rey con sus armas.
         Es una conjetura, y no hay datos para demostrarlo, pero por diferentes indicios parece probable que un sector de los Linajes, formados por caballeros con orígenes hidalgos desde hacía generaciones, buscaba constituir una “élite de sangre” dentro de la institución a la que en las últimas décadas habían accedido comerciantes o ganaderos enriquecidos y hasta descendientes de conversos, algo difícil de entender por los sectores más tradicionales o elitistas de la institución ya convertida en un grupo oligárquico de ricos más que de nobles.
         El 2 de agosto, en su sede de la capilla de Santiago de la colegiata de San Pedro (existía en Soria todavía una parroquia dedicada al santo pero entonces formada por muchos judeoconversos, por lo que no estarían muy cómodos allí y eligieron la capilla de la hoy concatedral) perteneciente a Bernardino de Morales, unos de los caballeros fundadores, acordaron el reglamento definitivo que incluía los requisitos de los cofrades que debían ser caballeros, vecinos o propietarios con bienes en la ciudad o en su Tierra y no desempeñar oficio manual, algo tan inconcebible que, de ser sorprendido, acarrearía su expulsión y la prohibición de ingreso a sus descendientes. En cuanto a sus obligaciones, los cofrades se comprometían a asistir a los ineludibles actos religiosos y a restablecer el ejercicio de la práctica de la Caballería, lo que llevaba obligatoriamente implícito la posesión de un caballo con el que practicar ejercicios, juegos, desfiles, acompañamientos de autoridades y espectáculos públicos, y no había eximente para la obligatoria asistencia a los actos religiosos.

         Salvo a los interesados, la fundación de aquella cofradía tan elitista no gustó a nadie, ni al Común ni a los caballeros de nobleza menos antigua pues se sentían desplazados, lo que causó serios enfrentamientos entre todos. Al final y cuando los ánimos estaban más caldeados, en el verano de ese mismo año una real cédula de Felipe II vino a solicitar que en las ciudades se constituyera precisamente eso, agrupaciones de carácter militar y caballeresco a modo de “servicio militar” de los nobles. Pero de eso, de la solución salomónica adoptada que no satisfizo a nadie y de su efímera vida, hablaremos otro día.

Vista del lado norte de la Concatedral de San Pedro (2009) desde las laderas del Mirón.
Autor Alberto Arribas.


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