En estos comienzos del siglo XI, probablemente la persona más poderosa, temida y odiada a partes iguales por cristianos y musulmanes de los reinos hispánicos fue el caudillo cordobés Ibn Abi Amir Muhammad Ben Abi Amir, más conocido como Almanzor, “el Victorioso”.
Nuestro personaje
fue político, consejero, diplomático, conspirador. Pero sobre todo fue un
guerrero, un formidable soldado sin piedad, incapaz de hace otra cosa que no
fuera robar, matar y saquear. Su fortuna era tan incalculable, como el número
de sus víctimas. Razón esta por la que los reyes de Navarra y de León, así como
el conde de Castilla don Sancho, estuviesen desesperados porque se veían
incapaces de detener el avance del cordobés que llegó a profanar la mismísima
catedral de Santiago. Sin embargo decidieron pararlo uniendo sus fuerzas y
tenderle una emboscada.
Aquel verano,
Almanzor y sus hombres regresaban a Córdoba tras una campaña de saqueo y
destrucción por las tierras cristianas del norte peninsular que fue
especialmente dramática en el monasterio de San Millán de la Cogolla donde mató
a más de doscientos monjes antes de quemarlo.
La coalición
cristiana le seguía de lejos y sabían que tras ese golpe el mejor camino para
regresar al sur era descender por Santa Inés y cruzar la Sierra de Cabrejas por
Muriel hasta Calatañazor donde los cristianos envolverían al ejército musulmán
entre dos flancos y presentarían combate abierto. Los movimientos de los
cordobeses fueron los esperados y, cuando el 6 de agosto de este año el
ejército de Almanzor rodeó el cerro de Calatañazor y entró por el valle, el rey
de Navarra con su ejército desde el lado izquierdo, el conde Sancho García de
Castilla por el derecho, y el rey de Navarra al sur, cerrándole el paso del
Duero, cayeron sobre las tropas musulmanas. El derrame de sangre fue tal que
desde entonces se llama a ese paraje el Valle de la Sangre, lugar donde tuvo
lugar una terrible batalla que, aunque no acabó con un claro vencedor, sí hubo
perdedores, las víctimas, y entre ellas el propio Almanzor que, más que perder
el mítico tambor, perdería la vida unos días después.
Sus hombres le
llevaban en unas parihuelas camino de Medinaceli para que se recuperase de las
heridas pero, el 9 de agosto y al pasar cerca de Bordecorex, Almanzor, aquel
temible guerrero cuyo nombre inspiraba temor, murió y, conforme a sus deseos,
fue envuelto en un sudario confeccionado por sus hijas con una tela que había
sido comprada en Damasco con el dinero que le rentaban unas tierras que heredó
de su padre, a su alrededor el polvo recogido en cada una todas las batallas en
las que había participado, y junto al cadáver también sus armas y su Corán.
Esa es la historia
oficial, unos hechos ocurridos hace ya más de mil años que sirvieron de
inspiración a guerreros cristianos muchos siglos después y que entretuvieron
los trasnoches de invierno alrededor del hogar, pero que según algunas
investigaciones recientes nunca ocurrieron. La figura de Almanzor está bien
documentada, y parece que también su muerte y entierro cerca de Medinaceli,
pero la épica batalla de Calatañazor dicen que fue fabulada, lo que nos lleva
otra vez a pensar si ¿la Historia es lo que pasó realmente o lo que nos han
contado?
Castillo de Calatañazor. Autor: Alberto Arribas. |
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