Ocho años antes se había cargo del puesto de santero de la ermita de
San Saturio Pablo Raposo Casasses, un tipo simpático y locuaz pero un tanto
peculiar o claramente excéntrico que hasta entonces había sido santero de la
ermita de Nuestra Señora de los Remedios de Noviercas y cuyo paso por Soria no
dejó indiferente a nadie en estos ocho años.
Republicano convencido y luchador por ese bando
durante la Guerra Civil, no ocultaba sus simpatías por el Partido Comunista de
España al menos desde que se legalizó, llegando a ser uno de los promotores del
PCE en la capital y asiduo cliente del bar que instaló el partido en la calle
Campo y al que regaló un televisor. Los sorianos perdonaban sus extravagancias
pues le apreciaban pero no entendían alguna de sus extrañas costumbres como las
de disponer de cuatro motos, una para cada estación del año y que estaban
pintadas de colores a juego con sus impermeables, o la de espantar a
perdigonazos las parejas de novios que acudían a hacerse arrumacos en los
alrededores de la ermita. Buen conversador y de carácter sociable, sabía
relacionarse y engatusar a los sorianos y a los turistas que aún le recuerdan
con simpatía.
Su pasó por la ermita coincidió con la polémica de
la Variante Sur lo que atrajo hasta Soria a muchos visitantes que querían
conocer el problema in situ, amén de buena parte de la clase política, cultural
y periodística de España que se opusieron al proyecto y que conocieron a Pablo,
quien se alardeaba de su amistad con Alfonso Guerra, con Paco de Lucía o con
Francisco Umbral. Nuestro protagonista de hoy fue el último santero tradicional
que vivió en la ermita y que subsistía sin sueldo gracias a lo que los sorianos
le regalaban cada lunes cuando salía de la ermita para pedir limosna por las
calles de la ciudad. Aunque se hacía llamar hermano Pablo o fray Pablo y vestía
hábito y sayal como alguno de sus predecesores, ni era fraile ni tomó votos
pero cumplía a la perfección con sus labores en la ermita por lo que sus jefes,
el Cabildo de San Pedro, le permitían llevar ese estilo de vida un tanto
hetedoroxo para lo que se esperaba de un santero.
Como ya hemos apuntado los sorianos le perdonaban
todo, o casi todo, pues pese a sus extravagancias era un tipo simpático, tanto
que el 9 de noviembre de 1980 y en el popular programa de televisión Fantástico 80, el santero de San Saturio
Pablo Raposo Cassasses fue entrevistado por José María Íñigo -con permiso de
don Carmelo, capellán de la ermita- en un programa que veían millones de
personas y en el que se entrevistaba a gente extravagante, lo que ahora la
gente joven calificaría como freaky,
en el que el simpático santero hizo comentarios personales y dijo cosas que los
sorianos de la época entendieron como críticas feroces y comentarios fuera de
lugar, aunque quizá lo que peor se toleró en aquella Soria tan chovinista fue
que se despidiera gritando un “Visca
Catalunya”.
Desde ese momento la entrevista al ya no tan simpático
santero fue el único tema de conversación en la ciudad durante días pues la
mayor parte de los sorianos se quejaron de la imagen que había dado el santero argumentando
que les había dejado en ridículo. Las críticas fueron tan duras que el pobre
hombre se vio obligado a pedir disculpas, pero no fue suficiente y de una forma
muy poco cortés el Ayuntamiento influenciado por la opinión pública presiono al
Cabildo para que le cesara y Pablo Raposo fue despedido de la ermita con malas
formas.
Poco más se sabe de él. Tras el incidente volvió a
su Barcelona natal donde dicen que acabó sus días en una residencia de
ancianos, amargado y trastornado por aquellos comentarios y que vistos con la
objetividad que da el tiempo, hoy no merecerían ni de lejos el trato que se le
dio. Quizá el problema no fue que dijera inconveniencias, más bien puede ser
que dijera lo que no queríamos o no estábamos preparados para escuchar.
A mi no me parecia simpático, ni buena persona. Yo vivía junto al bar dónde iba a comer todos los días, el desaparecido bar o casa felix.
ResponderEliminarUn día, mi hermana pequeña de seis años se acerco a su ciclomotor y lo toco con la mano, él se acerco y le dio un bofetón. ¡Y cómo lloraba mi hermana! Llegó mi hermano mayor, de catorce años y le dio un gran patadon al ciclomotor. Todos los niños del barrio nos reímos de la acción y a correr para que no nos alcanzara el santero loco con sus camperas pintadas con Titanlux del color de la estacion del año. De verdad le conocí de cerca.
Desde el hueco en que aparece fotografiado más de un susto dio a visitantes desprevenidos.
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