En los tres años que llevaba dirigiendo la diócesis de Osma, en 1535 el obispo Pedro González Manso (1532-1539) se había dado cuenta de que eso de las fiestas de San Juan de la capital era poco más o menos como las orgías paganas en las que los sorianos y las sorianas cometían tantos excesos y desenfrenos que no había curas suficientes para confesarlos. Ante esta coyuntura se propuso terminar con ese desenfreno y acabó liando al Concejo de la ciudad, Caballeros y Regidores para que elaborasen unas Ordenanzas que evitaran esas y otras tropelías que, sospechamos, fueron añadidas por las autoridades sorianas a la lista del obispo. Una vez elaboradas las ordenanzas fueron ratificadas al año siguiente por la emperatriz Isabel, consorte del emperador Carlos V y Señora de Soria, y tal día como hoy por el obispo.
Máximo
Diago Hernando recuerda que una de las quejas principales de aquel obispo era
que los mayordomos obligaban a todos los vecinos -clérigos y legos, pobres y
ricos- a abonar los pagos por la organización de las fiestas, por lo que
pretendió que esas derramas de dinero fuesen voluntarias. Aquellas reformas
además trataron de controlar a las cuadrillas en su faceta festiva por parte
del concejo, formado por regidores que eran caballeros de los linajes, y
quisieron privar a las cuadrillas de su única fuente regular de ingresos, es
decir, las rentas de los tajones de Valonsadero que en adelante se dispuso que
fuesen cobradas por el Ayuntamiento para que las destinara al gasto de las
fiestas según su criterio. Asimismo, sería esta entidad la encargada de
organizar la fiesta y de comprar dos, tres novillos o los que fuese menester
para disponer de la suficiente cantidad de carne cocida en la celebración de la
comida de caridad del Domingo. En caso de que con esas rentas el Ayuntamiento
no tuviese suficiente dinero, el resto se cubriría con cargo de los fondos de
bienes de propios del Concejo de Ciudad y Tierra.
En
cuanto a los desenfrenos cometidos, el obispo prohibió los bailes en las calles
así como los actos deshonestos dentro de las iglesias en la noche del Sábado al
Domingo, momento en el que al parecer, con la excusa de ir a velar la imagen
del santo titular, los sorianos y forasteros bailaban y cantaban dentro de las
iglesias, además de otras cosas "que no son ni honestas ni decentes".
Sobra
decir que la ciudad, mejor aún el Común, se negó a aceptar esos cambios y
prefirieron dejar de celebrar las fiestas antes que aceptar las ordenanzas del
obispo, dando largas durante cuatro años y quedando al final todo en suspenso.
Lo iremos viendo otros días.
La
única reflexión que se nos ocurre es que si ¿serían aquellas fiestas más
divertidas que las actuales?
Imagen del regreso de la Saca hacia 1899. Fotografía de José Alfonsetti en revista Sol y Sombra, colección Tomás Pérez Frías. |
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