Estos finales del siglo XVI fueron años muy duros para todos los sorianos pues a la escasez de trigo por las malas cosechas se unió la peste que desde hacía dos años se extendía por estas tierras, especialmente desde el año anterior cuando fue declarada como enfermedad epidémica.
Entre
las medidas habituales para prevenir la enfermedad estaban las habituales:
cerrar las puertas de la muralla y de la cerca de la ciudad para impedir o
controlar el paso de personas y mercancías; suspender temporalmente el lavado
de lanas; expulsar a algunos vecinos; hacer grandes hogueras con maderas porque
se creía en el efecto antiséptico del humo;... Pero, ante la desesperación de
la ciudadanía que se moría de hambre o de peste, el corregidor de la ciudad
decidió tal día como hoy celebrar un Voto a San Roque en el día de su fiesta. Es
decir, las autoridades se comprometían y juraban que cada 16 de agosto la
ciudad celebraría para siempre una procesión con misa en el Salvador, a la que
acudirían en pleno nuestras autoridades, para agradecer al intercesión del
santo protector de esta enfermedad.
Consta
que se celebró y que debió ser efectiva, pero no del todo (ahora sabemos que
hasta principios del año siguiente no se consideró la epidemia desaparecida)
pues se tomaron más medidas, como la de celebrar una novena al santo patrón. La
fiesta de San Roque siguió celebrándose en la ciudad con misa a la que acudía
la corporación municipal en pleno, algo que subsistió hasta finales del siglo
XX cuando algún alcalde (sabemos que Fidel Carazo lo cumplió) decidió que era
mejor irse de puente, y la fiesta, más bien costumbre, desapareció como tantas
otras de nuestra provincia.
En
esta sociedad teóricamente aconfesional y laica, pero en la que nos
enorgullecemos de mantener nuestras tradiciones ancestrales, ¿tendría sentido
seguir celebrando esa costumbre?
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