martes, 21 de abril de 2020

21/04/ 1559: De cómo Santo Tomé paso a ser Santo Domingo.


En la jornada de hoy de 1559, y tras unas duras y tensas negociaciones que se alargaron años, el sacerdote Francisco Beltrán Coronel –canónigo y maestre escuela en Osma, pero también nieto del célebre judeoconverso Nicolás Beltrán- firmó un acuerdo con los frailes dominicos.

Los dominicos de la orden de Santo Domingo de Guzmán para que estos últimos establecieran un convento nuevo en un terreno donado por el soriano, junto a la iglesia parroquial de Santo Tomé, lo que además acompañó con la cantidad de mil ducados y doscientas fanegas de trigo anuales para el desarrollo de las obras y manutención de los frailes. En principio, en el lote no entraba la iglesia parroquial de Santo Tomé, separada sólo por una calle del futuro monasterio, y además había intenciones de construir un templo propio. Pero, teniendo en cuenta la cercanía de la iglesia existente y el consiguiente ahorro de caudales, gracias a sus influencias, en 1573 acabó logrando que el papa cediese el templo soriano a la orden que, sin dejar de ser parroquia, también sería iglesia conventual al servicio de los dominicos, lo que hizo que con los años los sorianos acabaran cambiando el nombre de Santo Tomé por el de Santo Domingo que final se volvió el definitivo.
        Los frailes se trasladaron al nuevo convento en 1580 pero pronto se encontraron con un problema: que para acceder de sus instalaciones a la iglesia debían hacerlo saliendo al exterior y cruzando la calle. Por ello iniciaron un largo proceso de albañilería y en los despachos que acabó tapiando los accesos a la calle y uniendo los dos edificios, en la unidad que es hoy. Eso lo veremos otro día, así como el proceso que arruinó a Francisco Beltrán y el que convirtió aquel convento femenino de frailes en el actual convento femenino de monjas clarisas.

Postal fechada en torno a 1965 de la iglesia de Santo Domingo con el edificio anexo que fue calle y ahora comunica con el convento.
Autor desconocido, Ediciones García Garrabella, archivo Fe Hernández.


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