Uno de los inconvenientes de escribir sobre la historia de Soria
es que, a menudo, nos encontramos con sucesos mal narrados o directamente
inventados, a saber con qué aviesas intenciones, fechas erróneas o
contradictorias y que sucedieron cuando sus protagonistas ya habían muerto, o informaciones
imposibles de documentar pero que se han repetido historiador a historiador y, muy
a menudo, todo junto a la vez. Pero que pese a la dificultad no pierde interés
pues dice mucho de los sentimientos de quienes lo escribieron.
Algo así puede pasar con los sucesos de los que hablaremos hoy y
que para entenderlos, antes tenemos que introducirnos un poco en ese contexto
de mediados del siglo XIII. Por aquel entonces, Soria era una villa importante
y con aspiraciones dentro del obispado de Osma pero que crecía a la sombra de
El Burgo donde estaba el obispo y su catedral. Aunque Soria era cabecera de una
gran comunidad de villa y tierra, tenía muchos caballeros, ostentaba procuradores
en Cortes y, quizás, más población que El Burgo. Le faltaba la catedral, el
obispo y la categoría de ciudad, unos elementos que, para entendernos, hoy
podríamos equiparar a que nos pusieran un Corte Inglés.
Así pues, en este contexto social de “pique” con los de El Burgo
que se repetirá durante siglos, algunos historiadores clásicos de Soria nos
dicen que estando en Viterbo el papa Clemente IV, tal día como hoy de 1267,
allí mismo firmó la bula por la que elevó al grado de Catedral la entonces
colegiata de San Pedro y la propia de villa de Soria a ciudad. Hecho que el papa
rubricaría a instancias del rey Alfonso VIII que querría manifestar así su
favor por los sorianos.
Los obispos de Osma no reconocieron jamás ese documento. Pero es
que el texto al que hacen referencia esos historiadores no se conoce y
probablemente se trate de un texto más falso que la partida de nacimiento de
Retógenes. No se puede probar lo que no existió, pero sí podemos añadir que la
documentación de la época seguirá hablando de la villa de Soria durante más de un
siglo, aunque quizá la prueba definitiva es que cuando murió el rey Alfonso
VIII, Clemente IV era poco más que un chaval que como mucho sería monaguillo.
Vista de la Soria vieja desde el monte de las Ánimas hacia 1988. Fotografía de A. Arribas. |
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