Que en Soria tengamos arte Románico para dar y prestar es una realidad en toda regla, pero cuidado que es una forma retórica de decir que tenemos mucho, y que esta frase no debe tomarse en su sentido literal, un aviso necesario pues hace algunos años hubo quien pensó que, qué más daba una ermita más o menos en la provincia o un San Baudelio aquí o allá, y no es un decir pues varios templos románicos de la provincia se vendieron a particulares que los desarmaron por piezas y se los llevaron lejos de la tierra en la que fueron construidos. Otros corrieron peor suerte, y así el complejo religioso de San Francisco, en Almazán, fue derribado para ser sustituido por nada.
Uno de esos
ejemplos de románico en venta es la ermita de San Miguel de Parapescuez, un
sencillo templo románico que fue la parroquia del despoblado Parapescuez y que
se encontraba cerca de la Aldehuela de Calatañazor, en su límite con La Cuenca.
Cierto es que era
un edificio más del típico Románico soriano, es decir, una sencilla pero
excepcional obra arquitectónica construida en piedra de mampostería y sillería
en sus elementos nobles, que desarrollaba una nave única cubierta con madera,
arco triunfal de capiteles historiados bellamente esculpidos, y capilla mayor
de ábside cuadrangular iluminado a través de dos toscas saeteras. La portada,
abierta al lado sur, estaba formada por cinco arquivoltas de medio punto, tres
lisas, otra con tallos ondulantes que recuerdan a la decoración de iglesias
coetáneas del contorno, y la interior con cabezas femeninas y de varón
dispuestas a lo largo y no radialmente, se apoyaban sobre capiteles decorados
con temas vegetales, toscas cabezas y otras figuras no identificadas por su mal
estado.
El templo, fechado
por Gaya Nuño en el primer cuarto del siglo XII, perdió su uso religioso y,
hacia la mitad del siglo XX, se empleaba como cuadra para el ganado, por lo que
ante ese inadecuado uso y la escasa conciencia patrimonial que, en general,
teníamos entones, en 1963, alguien decidió que aquella joya estaría mejor
valorada en otro emplazamiento -lo que no deja de tener su razón- y por
iniciativa del interesado o del propietario, algo que no hemos podido
averiguar, el obispo de Osma don Saturnino Rubio Montiel autorizó la venta del
edificio, con el visto bueno de casi todas las autoridades culturales
provinciales y nacionales.
El expolio, que
pese a su legalidad no puede calificarse de otra forma, fue “vendido” por la
prensa de la época como lo mejor que le podía haber pasado al templo para
evitar su desaparición, y se llevó a cabo en febrero de 1964 a instancias de su
comprador, Vicente Elosúa Miquelarena, que, despreciando la humilde mampostería,
trasladó la sillería, portada y todas las piedras talladas a una finca de
Ciervana (Vizcaya) con la idea de reconstruirla en algún cerrete frente al mar,
proyecto que no se llegó a desarrollar por lo que las piedras deben seguir allí
amontonadas, seguro que en peor estado que si se hubieran dejado en su lugar.
Hoy, en su
ubicación original, se mantienen en pie unos muros de la nave y visitarlo causa
una mezcla de sentimientos que ineludiblemente nos hace pensar en todo el patrimonio
que hemos perdido y que hoy esa barbaridad no se habría podido producir pues la
sociedad se movilizaría. Pero aunque es muy fácil echarle toda la culpa al
obispo Rubio Montiel, que no dudó en derribar otros templos como el de San
Clemente de la capital, muchas ermitas e iglesias románicas de la provincia
como las de La Revilla de Calatañazor, La Barbolla, Villabuena,... se arruinan
sin que nadie haga nada por evitarlo.
¿Las vendemos para arreglar las goteras del
claustro de San Pedro?
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