Hace mucho tiempo que no comentamos el asunto que marcó la vida social y urbana de los sorianos durante el siglo XVI por más que en el fondo no dejara de ser un culebrón que sólo quitara el sueño a un puñado de poderosos, siendo para el resto poco menos que un entretenido espectáculo, pero como fue un asunto de cierto interés, aprovecharemos esta fecha para recordarlo.
Recordemos que en
Soria, el final de la Edad Media coincidió prácticamente con un cambio urbano
fundamental, el del emplazamiento de la plaza Mayor entendida, más que como un
espacio físico puntual, como el centro poblacional, administrativo y neurálgico
de la población que abandonó el entorno de San Pedro donde se constituyó desde
el origen de la ciudad. Probablemente ya desde la segunda mitad del siglo XIV
todo el eje actual, que va de la Plaza Mayor al Collado e incluso fuera de la
muralla hasta la Dehesa, comenzara a ser entendido por los sorianos como la
zona privilegiada de la ciudad, y poco a poco hasta allí fueron trasladándose
los vecinos con sus negocios y sus instituciones, de forma que a finales del
siglo XV o comienzos del XVI, lo único que allí abajo quedaba era la iglesia
colegial de San Pedro, el templo más importante de la ciudad por su categoría,
dimensiones, capillas, capellanías, enterramientos...
Ante esa
situación, algunos canónigos argumentaron que como el templo ya era viejo,
estaba en mal estado y sobre todo que como ahora, estaba muy alejado del
centro, comenzaron a iniciar los complicados trámites administrativos para
trasladar la sede del Cabildo desde la colegiata de San Pedro hasta la iglesia
de San Gil, en la plaza Mayor, y así se convertiría en la Mayor iglesia de
Soria. Llegaron a conseguir la autorización del papa y de Carlos I que, con el
visto bueno del concejo de la ciudad, llegó a prometer financiación para la
nueva obra. Pero cuando el proyecto se iba a iniciar surgió el problema
principal ya que muchas poderosas familias tenían sus enterramientos en San
Pedro y se negaban a perder los derechos de sepultura de sus ancestros, por lo
que bloquearon el traslado.
Desde aquella
primera tentativa hasta que se abandonó definitivamente la idea, a finales de
siglo, hubo al menos ocho intentos. Algunos se llegaron a realizar, y otros están
poco y mal documentados, pero todos estuvieron salpicados de otros problemas
que surgieron y que ocasionaron no pocos quebraderos de cabeza a los canónigos
y prácticamente a toda la ciudad.
Uno de aquellos
intentos se fechó tal día como hoy de 1538 cuando los caballeros del concejo
otorgaron poder a su regidor, el Señor de Almenar don Antón del Río, para
acudir en nombre de la ciudad al rey y que el monarca apremiase al deán y
Cabildo de San Pedro con el fin de que pasasen a residir en la iglesia de San
Gil. El concejo argumentaba también que la de San Gil estaba en el centro de la
Ciudad y en plaza Mayor, y que así el culto sería más frecuentado, aunque en
este caso se añadió el matiz de que el estado de conservación de San Pedro
fuese ya algo imperfecto.
Finalmente el
traslado se llegó a consumar. San Gil se convirtió en la Mayor y hasta llegó a
encargarse una sillería de canónigos, que persiste, pero todo se tuvo que
deshacer. El templo de San Pedro no se movió de su sitio, se reformó y se quedó
donde siempre, en el que posiblemente sea el barrio más deprimido de la ciudad
con la media de edad más alta, con menos servicios y dependencias
administrativas, aunque el más bonito de todos.
Vista de la ciudad desde el monte de las Ánimas en 2003 con el barrio de San Pedro en primer término. Autor Alberto Arribas. |
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