Aunque cada uno tendrá su preferencia, seguro que somos muchos los que estamos de acuerdo en que uno de los lugares más bellos de la provincia para dar un paseo nocturno es la villa burgense: la luz artificial embellece y envuelve de misterio las piedras de sus murallas, la torre de su catedral o de los soportales de la calle Mayor; y si llueve, no hace frío y no hay nadie por la calle, el paseo puede tornarse en una experiencia sensorial que roza el misticismo. Pero, la tan bucólica impresión de la noche burgense, no ha sido siempre así y una inesperada visita nocturna a sus murallas estuvo a punto de trastocar no ya la historia burgense sino la Historia con mayúscula.
Situémonos en ese
momento histórico de la segunda mitad del siglo XV cuando, sin saberlo, los
reinos de la península Ibérica estaba viviendo los prolegómenos de quizá la
época más interesante de su Historia que a la postre y con sus claroscuros,
resultará fundamental para toda la humanidad. Para no liarnos mucho en este
foro, hoy evitaremos el controvertido pero siempre interesante debate sobre si
la unión de Isabel y Fernando logró la unidad de España, fundar un estado, una
nación o un imperio pues todos tienen algo de razón, pero casi todos estamos de
acuerdo que más que una boda al uso, aquel matrimonio fue una compleja maniobra
diplomática que generó algo más que una sociedad de señoríos llamada España, y
que tuvo partidarios y detractores, a partes iguales, que trataron de defender
y atacar aquel enlace con igual virulencia.
Sobre aquel
matrimonio cada uno tenía su propia opinión y en general sobraban los que se
oponían de una forma tan radical que aconsejaron que Fernando, entonces un
mozalbete de 17 años, viajara de incógnito a Valladolid para casarse con Isabel,
quien entonces contaba con 18 años, y para pasar desapercibido no es que
prescindiera de su séquito, es que se disfrazó de arriero o mulero, según
fuentes, y comenzó el viaje con una reducida escolta también de incógnito. El
único incidente digno de mención en aquel viaje ocurrió en la madrugada del 7
de octubre cuando el futuro Fernando II de Aragón con sus recuas trató de
traspasar la muralla de El Burgo de Osma para hacer noche. Hay quien sugiere
que se habría pactado que en El Burgo se alojaría en la residencia de uno de
los máximos partidarios de este enlace, el obispo Pedro de Montoya, si bien
otros creen que, aunque el obispo fue uno de sus principales valedores, en ese momento
ya se había posicionado en contra y que de tenerlo bajo su techo habría
impedido el enlace a cualquier precio. Pero el caso es que, cuando la comitiva
llegó a las murallas, los guardias ya habían cerrado las puertas y ante los
gritos e insistencias de los falsos arrieros tuvieron que espantarles a
pedradas, narrando algunas crónicas que llegó a ser alcanzado y que a punto
estuvo de ser descalabrado por una buena pedrada, lo que sin duda alguna habría
cambiado su destino y el de todos.
Esto no lo dice la
historia oficial, más bien la tradición local, pero Fernando se refugió y fue
curado de la pedrada en un molino cercano del río Abión.
Imagen nocturna de la villa burgense por donde discurrirían los incidentes citados. Imagen de |
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