El cine y la literatura, a menudo, nos han mostrado un mundo medieval basado en esos ideales del honor y de la Caballería, tan propios del rey Arturo, un mundo con dragones de color rosa en el que caballeros de armadura brillante defendían damiselas en apuros y morían dando vivas al rey. Sin embargo la realidad no era ni parecida, especialmente a finales del siglo X en los conflictos entre moros y cristianos, cuando cualquier trampa valía para quitarle al enemigo un palmo de territorio o simplemente para humillarle.
En
aquel entonces Castilla ni siquiera se había emancipado y el nombre de Soria ni
se intuía, pero la parte suroeste de la provincia era una de las zonas más
conflictivas de la península, un territorio quemado de tanto batallar que
pasaba continuamente de unas manos a otras. Eran entonces los principales
protagonistas o responsables del conflicto el caudillo cordobés Almanzor y su
archienemigo el conde de Castilla, Garcí Fernández, dos fieros guerreros sin
escrúpulos ni principios que sólo pretendían ganar cada batalla a toda costa.
Cierto
es que el primero en usar trucos torticeros fue el castellano cuando unos años
antes, en el 989, Garcí convenció a Abdallah, el hijo de Almanzor, para que se
uniese a él traicionando a su padre, y que cuando el cordobés se enteró vino a
tierras sorianas, que era entonces donde se cortaba el bacalo, y le apretó las
tuercas al castellano. Garcí no se rindió porque no se lo pidieron, pero no
dudo en entregarle a Abdallah que perdió la cabeza, literalmente, por orden de
su padre.
Aquello
debió dolerle a Almanzor más de la cuenta, pues hasta en la guerra hay cosas
como la familia que no se tocan, pero rotas las reglas se sintió liberado y
quiso darle al castellano taza y media de la misma medicina. Cinco años
después, en 994, Almanzor sedujo a doña Abda, esposa de Garcí
Fernández, una mujer con fama de lujuriosa y ambiciosa a quien convenció de que
por qué conformarse con ser condesa si a su lado podía ser reina, y como los
cuernos no debían ser suficiente afrenta, ya puestos a humillarle del todo,
Almanzor ofreció su apoyo militar a Sancho, el hijo de Garcí, para que se
enfrentara a su padre.
Según Pelayo Artigas y Corominas (Por tierras de gesta. San Esteban de Gormaz.
Imp. Hauser y Menet, Madrid 1.931, página
9), fue el 17 de junio del año 994 cuando Almanzor aprovechó ese ardid que
había hecho bajar la guardia a su enemigo, y sin demasiado esfuerzo penetró en
el corazón de las tierras sorianas destruyendo Osma y San Esteban de Gormaz. No
contento con la ofensa, al año siguiente le dio lo mismo pero en dosis mayor.
Esto mejor lo dejamos para otro día, que aquella batalla aún dio mucho más de
sí.
Castillo de Osma durante las obras de restauración en 2018. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario