Bajo nuestro actual punto de vista el
patrimonio histórico cultural es un valor en alza que, al menos económicamente,
merece la pena conservarse ya que resulta ser un motor de desarrollo, aunque
nuestros antepasados tenían un sentido mucho más práctico de lo suponía el
valor económico de ese mismo patrimonio histórico.
Recordemos
que, en la Guerra de la Independencia y tras la expulsión de los franceses,
Durán y las autoridades sorianas acataron las órdenes superiores y destruyeron
el castillo, las murallas y varios monasterios de la ciudad para evitar que, si
regresaban los gabachos, se hicieran fuertes, y, aunque hoy sentimos una pena
infinita por aquel desastre, nuestros tatarabuelos encontraron las ventajas y
beneficios de las demoliciones. A primeros de febrero de este año, el vecino de
Soria, Manuel Liso, pidió al Ayuntamiento que le concediese el usufructo del
solar del Castillo durante doce o quince años para, de esta forma, compensarle
de los perjuicios que sufrió en el desalojo que hizo de un Molino cuando el
cerco de la ciudad.
Es
posible que la petición pillase por sorpresa a los representantes municipales
que quizá, incluso, albergaban esperanzas de reconstruirlo, y denegaron el
permiso solicitado argumentando que el solar había pasado a ser propiedad de la
ciudad. Pero, lo cierto es que, los dueños de los numerosos inmuebles que
habían sido destruidos durante la Guerra, y que estaban reconstruyéndolos,
pensaron que las ruinas del Castillo y murallas, más que un monumento
recuperable, rendían una estupenda cantera muy accesible, y que, como estaba
ahí tirada, la piedra no era de nadie. El consistorio soriano espabiló y, el 26
de febrero, el Ayuntamiento acordó sacar a subasta el aprovechamiento de piedra
del Castillo, permitiendo extraerse de forma autorizada y ordenada, previo pago
claro está.
Estado del Castillo de Soria en 1896. Fotografía de José López de Cerain en Recuerdo de Soria nº 5 (1896). |
No hay comentarios:
Publicar un comentario