Para vergüenza nuestra, la historia está llena de nombres casi ignorados y cuyo empeño en desarrollar nuestra tierra fue tan encomiable que duele ver cómo el olvido de sus iniciativas es casi generalizado.
Hoy
queremos referimos a José Díaz, un comerciante y empresario de los lavaderos de
lana que, más que eso, fue un visionario, un hombre ilustrado, de carácter
altruista, que no entendía como la tierra que producía la mejor lana de Europa
exportaba esta materia prima en vez del producto ya elaborado lo que, sin duda,
repercutiría positivamente en la economía local y, particularmente, en la de
sus vecinos y vecinas pues, no en vano, las mujeres eran quienes solían ejercer
los oficios textiles. Sin embargo, el problema se acrecentaba porque en esos
momentos no había personas formadas. Ante esta situación, en 1776, con su
empeño personal y algunas ayudas económicas de particulares, del Ayuntamiento
de la ciudad y del Obispado de Osma, logró instalar en las dependencias del
actual Instituto Antonio Machado, una Escuela de Hilaturas: un centro formativo
y, también, de carácter asistencial pues las aprendices eran atendidas en sus
necesidades básicas durante el tiempo que duraba su formación.
Al
mismo tiempo que esta Escuela daba sus primeros pasos, junto con otros ricos
prohombres de la sociedad soriana, fundó la Sociedad Económica Numantina de
Amigos del país: una institución filantrópica dedicada a mejorar las
condiciones de vida de los vecinos asumiendo proyectos industriales, o
construyendo infraestructuras, pavimentando caminos, arreglando paseos,…
Cuando
ambos proyectos ya estaban en marcha, el 4 de febrero de 1778, José Díaz
propuso a la Económica cederle sus derechos y que fuese esa sociedad la que se
encargase de velar por la Escuela y seguir engrandeciendo el proyecto dotándolo
de fábricas y talleres.
La
Sociedad Económica asumió la idea y se hizo cargo del proyecto llegando a
instalar telares en Soria, San Pedro Manrique y Yanguas. Pero, por diversas
vicisitudes no bien conocidas, aquel proyecto se mantuvo durante algunos años, aunque
no acabó de ser rentable, desapareciendo para siempre poco después de la Guerra
de la Independencia.
Sede del actual Instituto Antonio Machado hacia 1920y de la antigua Escuela de Hilaturas. Autor anónimo, atribuible a Tiburcio Crespo, JCyL AHPSo 169, archivo Carrascosa. |
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