El hambre, la peste, la guerra, el fuego…
Aunque a veces nos quejemos de los duros tiempos que nos toca vivir, no tenemos
más que echar la vista atrás y nos daremos cuenta de que somos unos
privilegiados.
Hace
quinientos, doscientos o cien años, la vida humana era un valor de escasa
consideración y sujeta a las calamidades públicas o privadas, a sequías,
enfermedades o accidentes. Hoy estos agentes nos provocan inconvenientes, más o
menos molestos, pero antaño resultaban verdaderas tragedias. Los alimentos
nunca sobraban, el agua a menudo era insana y las casas de madera, paja y barro
no protegían del frío. Además, estas viviendas constituían un riego real de
incendio pues el fuego, que daba vida en forma de calor y luz, y era determinante
para cocinar los alimentos, podía descontrolarse y causar muerte y destrucción,
a menudo de pueblos enteros.
Algo
así ocurrió en San Leonardo de Yagüe a finales del siglo XV cuando dos
incendios prácticamente asolaron el poblado. La noticia la conocemos pues, el
25 de febrero de 1485, los Reyes Católicos eximían a sus vecinos de doce años
del pago de alcabalas y ordenaban que en vez de con madera construyesen sus viviendas
de piedra para evitar las consecuencias del anterior incendio en el que sólo
seis casas permanecieron en pie.
No
fue el último incendio que asoló la villa. Otros tres a partir de 1538 también
destruyeron el pueblo y dieron lugar a la fiesta de Santa María Magdalena, pero
esa historia al dejaremos para otro día.
Barriada antigua de San Leonardo hacia 1925. Foto: JCyL AHPSo 1323, archivo Carrascosa, atribuible a Tiburcio Crespo Palomar. |
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