Aunque
una Real Orden de 1917 declaró Monumento Nacional a la ermita, entonces sin
culto y en manos privadas, en 1922, un traficante de obras de arte compró a los
dueños las pinturas murales que la decoraban por 50.000 pesetas (300 euros). Cuando
los obreros especializados vinieron a arrancarlas, la Guardia Civil sospechó
sobre la legalidad de la venta y dio aviso a la Comisión de Monumentos de Soria
que intentó detener el proceso acudiendo a los tribunales. Sin embargo, y pese
a disfrutar de la categoría de Monumento Nacional, la legislación sobre
protección del patrimonio artístico y cultural que había entonces no pudo
evitar que tal día como hoy, de 1925, el Tribunal Supremo declarase la venta
conforme a derecho y diera la razón a los propietarios que inmediatamente las
vendieron. Esta venta propició que, hoy, la mayor parte de ellas estén expuestas
en museos de los Estados Unidos de América. Más tarde, unas pocas regresaron a
España y se exponen en el Museo del Prado. Y, desde este museo, algunos
fragmentos pudieron reintegrase a su emplazamiento original del que nunca
debieron salir.
Aquel
suceso hoy sería inconcebible y nos rasgaríamos las vestiduras pero, seamos
sinceros, ¿qué habríamos hecho cualquiera de nosotros si, a cambio de algo que
apenas valorábamos, nos ofrecieran mucho dinero que necesitáramos? Pero, no nos
pongamos en una situación tan extrema. ¿Qué hacemos los sorianos para evitar
que los frescos de San Saturio se deterioren cada vez más; para que La Monjía
de Fuentetoba no se hunda; para impedir que desaparezca el castillo de Serón;…?
Fragmento del fresco del camello procedente de San Baudelio, expuesto en un museo de Nueva York. Foto: Colección particular. |
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