Una de las
características que han distinguido a los sorianos, al menos desde mediados del
siglo XIX, ha sido su alto nivel de cultural y el bajo índice de analfabetismo
en comparación con otros territorios vecinos o de todo el país pues siempre
hemos estado entre las diez primeras provincias.
A falta de un
ministerio o consejería que velase por la formación de calidad para los niños y
niñas de nuestros pueblos, antaño eran las autoridades locales las que se han
ocupado de la formación escolar para lo que invertían buena parte de sus
recursos en detrimento de otras necesidades públicas lo que obligaba a
desatender otras competencias municipales en beneficio de la formación. Y como
toda ayuda era poca, fue muy común que los vecinos que emigraron a hacer las
Américas construyesen en sus pueblos de origen escuelas, lavaderos, trinquetes,
fuentes…
En este
contexto, el 4 de julio de 1892, don José
Carrascosa y de la Cuesta, natural del Salduero y emigrado a Méjico y
California donde hizo fortuna, firmó su testamento en el que disponía la
entrega al ayuntamiento de su pueblo natal la cantidad de 44.000 pesetas (264
euros) más los intereses acumulados de otras 11.968 pesetas (72 euros). Todo
con objeto de que se abonase anualmente al maestro de la escuela la cantidad de
250 pesetas (1,5 euros) y así mejorar la formación de los niños de su pueblo.
El resto, si lo hubiere, se destinaría a obras de utilidad para Salduero y socorro
de los más necesitados.
Este pago al maestro se realizó al menos hasta 1967 y sirvió para que
muchos niños adquiriesen una formación superior, un bagaje que es lo único que
siempre podemos llevar a cuestas.
Vista de Salduero (Soria) desde el mirador de Santa Elena. |
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