En la fecha de hoy de 1609, “los caballeros, concejo justicia y regidores de Soria” dieron por buenas las obras de reconstrucción y adecuación de la principal puerta de la ciudad, la Puerta del Postigo, en la que dispusieron colocar sobre el arco el escudo imperial de los Austrias y dos escudos de la ciudad. El artífice de esta obra, el escultor y cantero burgense, Juan de la Torre, recibió por esta obra 1.100 reales.
A comienzos del siglo XVII el Collado
era ya la principal vía de tránsito y comunicación de la ciudad que, en su eje
este-oeste, desde el río hasta la Dehesa, vertebraba la ciudad amurallada y
tendría sus principales accesos por el puente del Duero y por esta puerta del
Postigo, entre las actuales calles Claustrilla y Puertas de Pro. Esta puerta
del Postigo permitía acceder al interior de la ciudad a una población que, cada
vez más numerosas, habitaba en este sector de la ciudad, fuera de las murallas.
La Puerta del Postigo cerraba la ciudad
entre el Collado y la actual plaza del Marqués del Vadillo, situando a cada
lado, calles Claustrilla y Puertas de Pro, una torre tambor. Desde que en el
siglo anterior la plaza Mayor se trasladó del Tovasol a su actual emplazamiento,
el Collado se convirtió todavía más en la principal arteria de Soria por donde
discurría la población que residía dentro de las murallas y la amplia población
que poco a poco se iba asentando en el arrabal del Salvador, con lo que esta puerta
de la ciudad pasó a ser la más utilizada y resultaría lógico adecuarla para
impresionar a los visitantes y forasteros que así, entenderían que entraban a
una ciudad importante.
Según una tradición más o menos
legendaria, la puerta surgió accidentalmente, en 1328, cuando, junto a un cubo
de la muralla, los sorianos hicieron una brecha que les permitiera salir
disimuladamente y defenderse de las huestes del rey Alfonso XI. La brecha se
convirtió en un sencillo portillo que daba acceso a esa parte de la ciudad y
que con el tiempo se convirtió en el principal lugar de paso. Por ello, a
finales del XV o comienzos del XVI, nuestros antepasados decidieron convertir
aquel simple acceso en una portada monumental por lo que rehicieron la puerta y,
por el lado norte, le construyeron un cubo o torrejón gemelo al original del
lado contrario, y sin más función arquitectónica que la de permitir que la
disposición de la puerta fuera simétrica.
No contentos con esa solución, la puerta
fue reacondicionada y redecorada, se le colocaron los escudos que citábamos al
principio, un reloj con su campana y hasta una imagen de la Virgen. Durante
muchos siglos aquella puerta fue el orgullo de la ciudad y, hasta en el siglo
XIX, se convirtió en un símbolo caduco de un pasado triste y oscuro que no
podía volver, por lo que, con la excusa de que la puerta era un cuello de
botella para el tráfico de carros, la puerta fue derribada.
Como fantasear no cuesta dinero ni es
pecado, nos hemos puesto a divagar y soñar cómo sería este rincón de nuestra ciudad
si no se hubiera eliminado y, aunque el resultado no tenga mayor interés que
saciar nuestra curiosidad, este puede ser el resultado de esa ucronía.
Montaje fotográfico de la reconstrucción de la puerta del Postigo realizada por Felipe Barnuevo Hernández sobre una imagen actual del acceso al Collado desde marqués del Vadillo. |
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