martes, 21 de julio de 2020

21/07/1967: Las repoblaciones de pinos de Tierras Altas que sustituyeron a las personas.


Hoy hace 53 años, el Consejo de Ministros aprobó el Decreto 2066/1967 por el que los municipios de Armejún y Villarijo resultaron fusionados o absorbidos por el de San Pedro Manrique, una medida organizativa que más que ser un indicio de la despoblación de la provincia, en este caso fue el resultado de una despoblación forzada que teóricamente planteaba concentrar a los habitantes de Tierras Altas en media docena de pueblos de entre 500 a 700 habitantes para abandonar los restantes y dedicar la tierra al cultivo agrícola, pero sobre todo a especies arbóreas que se pensaban resultarían más rentables, si bien como quedó demostrado, el efecto logrado no fue el esperado. Veámoslo. 

        En la década de 1960, algún ingeniero del Ministerio de Agricultura pensó que agrícolamente, en general la comarca de Tierras Altas de Soria, era poco productiva por lo que ideó un plan para que aquella tierra se destinase mejor a plantar especies arbóreas mucho más rentables a largo plazo, sobre todo para los intereses generales del país. Sus escasos habitantes se verían privados de sus medios de subsistencia tradicionales por lo que tendrían que abandonar sus núcleos de población y emigrar a las cabeceras de comarca más grandes, concentrando los vecinos de casi cuarenta pueblos en tres municipios, cada uno formado por dos pueblos: Santa Cruz de Yanguas + Vizmanos, Yanguas + Villar del Río, San Pedro Manrique + Matasejún.

        De esta forma y al menos en teoría, todo eran ventajas pues los vecinos tendrían que abandonar aquellos pueblos sin apenas servicios básicos con lo que las autoridades se ahorraban tener que llevar los servicios básicos de agua, luz o teléfono, y sería mucho más eficiente hacerlo en esos pueblos más grandes que albergaban mayor población. Aquel plan tan fantástico estaba presupuestado en algo más de 800.000.000 de pesetas (4.800.000 euros) para adquirir terrenos y obras auxiliares, y aunque nunca se llegaron a conocer realmente lo que costó, entre que apenas se invirtió para algún camino y que muchas fincas expropiadas a la fuerza se pagaron tarde y mal, la inversión fue prácticamente nula y sin llegar a producir una rentabilidad económica y mucho menos social.

        Objetivamente parece que el plan pretendía fijar la población de los cuarenta pueblos pequeños que quedaban abandonados en favor de esos seis grandes, ofreciéndoles como medio de subsistencia la explotación forestal de los nuevos bosques y de los pastos, todo en régimen cooperativo. Sin embargo, frente al optimismo de las autoridades se impuso la realidad y los vecinos de Acrijos, Buimanco, Sarnago o El Vallejo, entre otros, acabaron emigrando fuera de la provincia en su mayor parte, y el Estado acabó comprando o nacionalizando muchas parcelas en las que hasta los pinos se resisten a crecer, logrando vaciar prácticamente una comarca que salvo honrosas excepciones, parece muerta para siempre.

        También es posible que aquel plan de reforestaciones, más que provocar una despoblación en realidad lo que hizo fue acelerar un inexorable proceso de abandono del estilo de vida rural pues, algunas poblaciones de la comarca como Santa Cecilia, Verguizas o Villaseca Somera que no estuvieron sujetas a ese plan, están evolucionando casi hasta la total despoblación, aunque tampoco sería descartable que si en vez de abandonar toda una comarca a su suerte se hubiera invertido en mejorar las comunicaciones y las condiciones de vida de sus habitantes, hoy Tierras Altas podría ser un motor económico importante. Nunca lo sabremos.

Iglesia de Sarnago durante una nevada en 2020.
Autor José Mari Carrascosa, tomada de sarnago.com


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