Uno de los monumentos más interesantes
de la ciudad, el monasterio de San Juan de Duero, está de cumpleaños pues hoy
hace 890 años que se decidió su construcción.
Hallándose en Soria el rey de Castilla Alfonso VII, en
esta fecha firmó el documento por el que donó a la orden de frailes hospitalarios o sanjuanistas un terreno de propiedad real y
exento de cargas junto a la entonces villa de Soria, un terreno que se
encontraba al otro lado del río Duero con el fin de que se establecieran y
fundasen un monasterio, un lugar en el que Juan Antonio Gaya Nuño nos dice en El Románico en la provincia de Soria que
ya tenía una iglesia de estilo románico construida en el siglo anterior. Los
monjes completarían el conjunto construyendo las dependencias monacales y el
claustro anexo aunque no sustituirían la iglesia, únicamente realizaron algunas
reformas como la instalación de los dos templetes que tiene la iglesia una a
cada lado.
Esta “Soberana
Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta”
fue fundada en 1048 por algunos comerciantes de la ciudad italiana de Amalfi
con el objeto de construir un hospital bajo la advocación de San Juan para
proteger a los caminantes, peregrinos y pobres que peregrinaban al sepulcro de
San Pedro en Roma. De este germen salió la orden de los Hospitalarios fundada
en 1099 bajo la regla de San Agustín. Curiosamente el monasterio de monjes
capuchinos de esta ciudad italiana es junto con San Juan de Duero el único
templo cristiano en el que aparecen arcos entrecruzados con función
arquitectónica, un elemento hasta entonces poco común si bien como elemento
decorativo también aparare en el palacio de la Aljafería de Zaragoza y en la
mezquita de Córdoba.
En otras ocasiones ya hemos comentado, y seguiremos
comentando, los diversos avatares que hicieron que el monasterio se abandonase
y se arruinase parcialmente, salvándose in extremis de la desaparición que nos
habría privado de una de las señas de identidad de la ciudad de Soria.
La imagen de los arcos de su claustro es tan característica que consideramos que sólo su sombra es ya lo suficientemente característica para saber de qué monumento estamos hablando. |
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