Tras el triunfo de la revolución de 1868, la reina Isabel II huyó a París donde abdicó en favor de su hijo Alfonsito. Los españoles manifestaron su deseo por tener una monarquía parlamentaria constitucional, pero sin Borbones, por lo que Prim, como el que busca un botón en un cajón, revolvió Roma con Santiago buscando un candidato idóneo, algo que consiguió pocos días antes de morir asesinado.
El elegido resultó ser Amadeo de
Saboya, un príncipe italiano hijo del rey de Italia y emparentado -como todas
las familias reales europeas entre sí- con la monarquía española lo que
aseguraba cierto grado de legitimidad al ocupar algún lugar en el orden
sucesorio. Amadeo además era un chico formal, progresista pero católico y hasta
masón, siendo uno de los pocos que, dicen, tenía permiso del papa para serlo,
algo que otros no creen posible pues las relaciones de su familia y las suyas
propias con la curia, en general, dejaban mucho que desear.
Lo cierto es que fue el 16 de
noviembre de 1870 cuando las Cortes españolas, presididas por el presidente del
Congreso, el burgense Manuel Ruiz Zorrilla, le votaron y en esa fecha le
proclamaron rey de España, el primer rey elegido por el Parlamento, algo que no
gustó a los monárquicos de siempre que seguían esperando el regreso de Isabel y
Alfonso; ni a los carlistas que seguían con sus propias líneas sucesorias; ni a
la mayor parte de los republicanos que no sabían qué pintaba allí ese tipo; ni
a los españoles en general que veían el monarca a un tipo muy poco parecido a
ellos y que apenas balbuceaba un español con fuerte acento italiano.
El interesado tampoco debía
saber qué narices pintaba él en un país de bárbaros, pero aun así, como el
sueldo era bueno y la residencia con dieta estaba todo incluido, tuvo paciencia
de aguantar un reinado de algo más de dos años de gran inestabilidad política
en el que Ruiz Zorrilla se convirtió, al mismo tiempo, en su principal valedor
y quien más complicaciones le procuraba, si bien todo tiene un límite, y Amadeo
acabo largándose dejándonos una carta de dimisión que se podría volver a firmar
hoy sin mucho desatino, en la que acababa diciendo que el mayor enemigo de los
españoles eran los propios españoles.
Amadeo I de Saboya (izquierda) y Manuel Ruiz Zorrilla (derecha), hacia 1870. |
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